Este año voy a la universidad por primera vez

Así es. Su diseñador de productos digitales de confianza, con 10 años de experiencia, no tiene título universitario.

Y en este jueves de #MalPensamientos, les contaré por qué… y por qué ahora me parece el mejor momento para conseguirlo.

Cuando terminé la secundaria en 2010, tenía una idea más o menos clara de lo que quería estudiar: estaba entre diseño, cine o algo relacionado con tecnología.

Dicho así suena como que no tenía ni idea, pero créanme, todo tiene su lógica.

Desde niño ya imaginaba un camino que mezclara creatividad y tecnología. Años antes de salir del cole, incluso me planteaba ser autodidacta: ya pasaba madrugadas enteras en foros, aprendiendo por mi cuenta. Además, era muy consciente de lo que implicaba crecer en una familia de clase baja en el sur de Quito.

Podría decir que este camino empezó cuando veía Art Attack e intentaba hacer las manualidades. Incluso, sin querer, convencía a mis papás de que eran deberes escolares para que me ayudaran. (Esa historia la contaré otro día, ya pondré el link aquí cuando la escriba).

También puedo decir que todo arrancó en el año 2000, cuando mi papá tomó una decisión que cambiaría el rumbo de mi vida: fuimos de las primeras familias del barrio en tener una computadora. Un clon con Windows ME, con lo básico: Word, Excel… y Visio, que era como mi Sims. Otro Fran, en otro universo, probablemente se hizo arquitecto solo por jugar con Visio.

También jugaba con Publisher, donde creaba diarios ficticios. Me imaginaba como periodista o escritor. Grababa videos con los peluches de mi hermana usando una webcam y editaba en Movie Maker. Siempre me gustó escribir, pero editar videos me gustaba más. ¿Recuerdan Rocket Power? Yo me sentía como Sam, pero en lugar de playa y patines, en los Andes, con vaquitas.

Mis padres nunca terminaron la secundaria, pero mi papá valoraba la educación. Compró la compu más que nada para que mis hermanos no perdieran sus deberes en el cyber, pero no sabía que también marcaría a quien aún hacía collares con macarrones.

Unos años después, mi hermana Karo —quien había emigrado a España— nos regaló una handycam para mandarle videos familiares. Mi hermano Pablo se compró una PowerBook G4 usada de un diseñador. Ahí conocí Final Cut (una experiencia religiosa), aunque sinceramente seguía editando en iMovie porque no necesitaba más.

Y sí, en el fondo pensaba: quizá voy a ser cineasta. Era una forma de mezclar todo lo que me gustaba. Pero también me daba miedo. Mi única referencia cultural de cine era Shrek (bueno, alta referencia si me preguntan hoy). Pensaba: ¿quién hace cine aquí? ¿Dónde están las pelis taquilleras nacionales?

Lo que sí tenía eran conocidos diseñadores gráficos. En la Mac encontré Illustrator y empecé a “jugar” con vectores. De adolescente comencé a hacer mis primeros trabajos: invitaciones, flyers, algo de edición de video… y con eso ganaba para uno que otro gustito.

En el colegio estudié informática, lo más cercano a “usar computadoras”, pero para eso tuve que ir a un colegio nocturno (otra historia para otra noche). Ahí me encantó hacer páginas web. Lo de programar para PC no tanto, pero la idea de crear para internet —mezclar escribir, diseñar, videos, tecnología— me fascinaba.

Ya en el último año del colegio tenía que decidir qué hacer con mi vida. Mis opciones eran limitadas. Mis padres solo podían apoyarme en una universidad pública, y un crédito educativo era inviable: mi papá ya era garante de mi hermana. En la pública, lo más parecido a lo que quería era diseño gráfico… pero lo impreso no es lo mío.

Y tener que mudarme a otra ciudad solo para estudiar algo que no me convencía, gastando lo poco que teníamos, me desanimó más.

Mientras pasaba todo esto, Compassion Internacional, la organización que me apoyó desde niño, me ofreció participar en su programa de liderazgo, que incluía ayuda económica para estudios. Por mal timing no pude entrar esa vez, y para aplicar después ya debía estar inscrito en alguna carrera.

Me puse a buscar en universidades privadas. Había programas que me encantaban, pero los costos eran imposibles. Ni con la ayuda de Compassion lo podíamos cubrir. Ahora pienso que tal vez pude haber pedido una beca, pero no era un riesgo que quería asumir cuando aún consideraba el autodidactismo como una opción real.

Entonces encontré un instituto con una carrera tecnológica de 3 años en Diseño Multimedia: diseño visual, producción de cine, desarrollo web. Literalmente mi sueño. Me emocioné. Cine me parecía inalcanzable en mi contexto, y este lugar se sentía relajado, sin tanto postureo universitario.

Me sentí cómodo, yo, que siempre he sido el bicho raro en contextos formales.

Karo me apoyó con el dinero para el primer semestre. No recuerdo si se lo pedí o solo le conté, pero se ofreció. Siempre nos ha apoyado, a pesar de no tener un gran trabajo. Las remesas siempre han sido importantes para muchas familias en Ecuador. (Gracias, Karo, por confiar siempre en mí. Y gracias, Pablo, por prestarme tu MacBook).

Entré al instituto. Me encantó. Y pude entrar al programa de liderazgo de Compassion, aunque con condiciones: ellos esperaban que terminara con un título de grado, no tecnológico. Pero aun así, decidieron apoyarme.

Claro que no podía faltar el giro de la historia: en cuarto semestre, por un tema de nepotismo, varios buenos profesores se fueron. La calidad bajó, me desanimé. Justo entonces, Nathy —una compañera— y su esposo Víctor me ofrecieron mi primer trabajo formal en diseño web. Dejé de estudiar ese semestre para trabajar y ahorrar, pensando en apoyar a mis papás, devolverle el favor a mis hermanos, y quizá retomar estudios o emprender más adelante.

Incluso pensé salirme del programa de liderazgo, pero ellos me animaron a seguir. Volví. El instituto había mejorado. Pero habían cambiado la malla curricular, y tuve que tomar materias de cuarto y quinto a la vez. Yo dudaba: “¿Y si no entiendo nada?”, el director académico prácticamente tomó la decisión por mí diciéndome: «Tenías excelentes notas, te fuiste a trabajar en algo relacionado, claro que puedes». Vaya, ahora que me doy cuenta, otros siempre han tenido más fe en mí que yo mismo.

Y lo hice. Y sí, tenía razón, fue difícil y no entendía nada.

Tuve que aprender un software 3D desde cero, mientras todos ya lo dominaban. Tomaba materias encadenadas el mismo semestre. Incluso le enseñé diseño web al profesor de 3D para que me ayudara con una recalificación (porque mis primeras notas eran un desastre). Además, hacía voluntariado en Compassion y trabajaba freelance. Pero lo logré.

En 2015 me gradué como tecnólogo en Diseño Multimedia.

Ahí tenía dos caminos: sacar la licenciatura (carísima, endeudándome), o emprender. Elegí la segunda.

Esa historia la contaré otro día…

Diez años después, aquí estoy. Con aprendizajes y experiencias que me han llevado lejos… pero sin poder acceder a posgrados.

Durante años me convencí de que no necesitaba un título de grado. Y en muchos sentidos, no lo necesito.

Pero con los nuevos objetivos que tengo —como las mentorías que doy en ADPList— siento que la universidad puede ayudarme a entender mejor los contextos, mejorar como mentor, y quizá, a futuro, involucrarme en la academia.

Y justo este año abrieron una extensión universitaria cerca de mi pueblo para estudiar Diseño Interactivo. Hoy podría pagar una universidad privada, pero esta opción local me parece perfecta para conectar con profesores y estudiantes de aquí. Así que dije: ¿por qué no?

Será complicado —trabajo, clases, horarios locos— pero ya es hora de ser consecuente. Otros siempre han creído más en mí. Es momento de igualar esa fe.

Y si no lo logro… como dijo Philip J. Fry cuando le decían que no aguantaría un día en la Mars University:

¡Soy un burro certificado!